Recuerdo
aquella noche como si fuese hoy… El cielo oscuro, mucho frío, había estado toda
la tarde lloviendo y había dado una pequeña tregua. Yo había ido a Florencia a
ver a unos viejos amigos aprovechando unos días de descanso que tenía.Recuerdo
como nos cruzamos en la calle Valfonda, llevabas un abrigo enorme, que apenas
dejaba ver ligeramente ese rostro extremadamente pálido, ligeramente sonrosado
por el frío, y un gorro negro de lana bajo el cual escapaba una larga melena
negra, imponente.
Al pasar junto a tu lado me quedé mirándote descaradamente,
es imposible que no te dieras cuenta, de hecho, me giré al momento y vi como
desaparecías sin dejar hacer un simple gesto.
Llevabas un paso rápido, manos en los bolsillos y mirabas al
suelo, tus botas marcaban el paso en la calle semidesértica con el golpe del
tacón de estas.
Y aquí podría haber acabado la historia, una chica que te
cruzas por la calle, que te llama la atención, que destaca en una madrugada,
porque si… Ya habían pasado las 2 de la mañana.
Pero el destino (¿Existe el destino?) o quien sabe que, no
quería que así fuese… Y dos días después, justo en la mesa que había frente a
la mesa en que me encontraba con mis amigos, en el Rose’s Café, allí estabas
tú… Casi irreconocible sin ese gorro y ese abrigo enorme.
Llevabas un vestido de lana blanco, con unos leggins del
mismo color, junto a ti el mismo abrigo en la silla y un gorro de lana blanco
sobre este.
Curiosamente no me di cuenta al momento, sino que al volver
de la barra, te vi… Ese rostro ahora descubierto, tan pálido como la primera
vez, menos sonrojado que entonces, y con una sonrisa que dejaba todo lo demás
en un segundo plano.
Soy tan descarado que no me lo pensé… Me senté con mis
amigos y seguí charlando.
Si, lo se, normalmente habría hecho lo contrario, pero esta
vez no, no debía, una chica con la que solo me había cruzado una vez, que no
conocía de nada, estaba con mis amigos.
Pasó más de una hora cuando tu amiga marchó, y justo tras
ella salías tú… Entonces me decidí y di una pequeña carrera hasta la puerta:
- Espera un segundo.
- ¿Disculpa?
- Es solo un segundo.
- Eh, dime. (Dijiste con cara de sorpresa).
- Nos vimos hace un par de días, ¿Recuerdas?
- Pues… La verdad es que no, disculpa, ¿Nos conocemos? Tengo
que irme.
- Si, el martes, a eso de las 2.15 de la madrugada, nos
cruzamos…
- No, no se, puede ser, pero no me fijé, he de irme.
- Soy Alessandro, ¿Me darías tu número? Me marcho el
domingo.
- ¿Por qué iba a darte mi número? No te conozco, y te vas el
domingo a… A saber donde.
- Porque si no lo haces me arrepentiré siempre de no haberte
convencido.
Te quedaste pensando durante unos diez segundos que me
resultaron como dos horas… Y entonces con una leve (muy leve) sonrisa, me
dijiste:
- Hagamos algo, quedamos mañana a las 18.00 aquí mismo.
- ¿Me das tu número pues?
- No, simplemente, ven.
- ¿Cómo sé que no tratas de librarte de mi? ¿Qué no me
mientes?
- No lo sabes.
- ¡Oye!¿Como te llamas?
- Alina ¿Y tú?
- Alessandro.
Entonces te marchaste sin mirar atrás, y me quedé plantado
en la puerta… Cuando te perdí de vista volví con mis amigos y tras un leve
interrogatorio por su parte, seguimos con la tarde tranquilamente, pero sin
dejar de pensar en la tarde siguiente.
Al día siguiente llegué como unos diez minutos antes,
siempre me gusta ser puntual, y los nervios me hacen llegar a veces antes de la
hora… Tú por el contrario te hiciste esperar, y apareciste a las 18.15, cuando
yo ya pensaba que te habías reído de mí.
Venías con una falda negra, medias del mismo color y un
jersey blanco, yo me había puesto unos vaqueros y una camisa azul marino, tampoco
había llevado demasiada ropa para el viaje.
Llegabas con una sonrisa entre divertida e indecisa, no
tenías del todo claro si deberías estar ahí, pero… Ahí estabas, en el lugar
donde quedamos, unos quince minutos después de la hora.
Comenzamos a charlar y
a conocernos:
- Y ¿De donde eres? (Preguntaste).
- Venezia, aunque actualmente resido en Málaga.
- Ah, por eso me dijiste que te marchabas el domingo.
- Exacto, hay que volver a casa…
- ¿Y que haces aquí?
- Pasar unos días con unos amigos a los que hacía demasiado
que no veía.
- Ahá, y la pregunta más importante… ¿Cuándo nos cruzamos?
¿Me mentiste?
- Para nada, nos cruzamos el martes más allá de las 2 de la
madrugada, ya te lo dije, llevabas un abrigo negro que apenas dejaba ver tu
pálido rostro sonrojado por el frío.
- Pues… No lo recuerdo, pero mi pálido rostro debe ser muy
reconocible, pues pese a casi no verlo, me reconociste ayer.
- Cuando se cruza en tu camino una imagen tan dulce, no la
olvidas.
Entonces soltaste una carcajada, obviando que no creías esas
palabras, pero remarcando lo bien que se me da adular a una mujer. Continuamos
charlando y tomando café, muy agradable teniendo en cuenta el frío intenso que
hacía, y que nos sentamos en la puerta a petición tuya, creo que por si era un
violador o así, poder tener una ruta de escape clara…
Tras horas de charla, entre bromas y tonterías varias, algo
habitual en mí, me invitaste a tu casa a… Cocinar. No se porque extraña razón,
no te creías lo buen cocinero que soy… O si solo era una excusa para cenar
juntos, sin darle esa importancia a la “rapidez” con la que sucedió todo.
Yo por supuesto acepté, y preparé unos tortellini con queso
deliciosos, una cena sencilla, pero una maravilla para el gusto… Y dejaste buena constancia de ellos mientras
los disfrutabas, totalmente sorprendida de que supiera cocinar, y de que se me
diera tan bien.
De postre fruta… ¡Hay que ser sanos! Y una copa de vino para
acompañar a las uvas que serviste en el centro de la mesa, un buen vino siempre
bien elegido, acompaña bien todo.
Nos sentamos en tu sofá, bastante cómodo por cierto, y
charlamos… Cada vez más bajito, más suave, sin saber porque, pues ni siquiera
nos dimos cuenta de ello.
Siempre se suele decir aquello de “Una cosa llevo a la
otra…”, no, una cosa no llevo a la otra porque desde que me crucé aquella noche
contigo estaba deseando saborear tus labios, y en cuanto te tuve a apenas un
par de centímetros, no dude en apoderarme de tan suave y dulce boca, en un
primer beso corto, al que seguiría uno nuevo bastante largo e intenso.
Ahora mis manos estaban ya recorriendo tu espalda, mi boca
mordisqueando tu cuello suave mente mientras tú agarrabas mi pelo atrayéndome hacia
ti. Te subiste sobre mí en un momento, y volviste a buscar mi boca, mordiendo y
lamiendo sin parar, estabas totalmente desatada, y ya no podíamos ni queríamos
controlarlo.
Me libré de tu jersey en un momento, y también de tu
camiseta (cuanto mal hace el frío), tu sujetador lo arranqué de un tirón y no
paré ni un segundo antes de empezar a lamer y recorrer tus grandes pechos, los
cual apenas cabían en mis grandes manos al apretarlos.
Continué mordiendo y lamiendo tus pechos mientras tus manos
recorrían mi espalda, dejando pequeñas marcas con tus uñas, volvería a buscar
una vez más tu boca cuando te dedicaste a quitar mi camisa botón tras botón
acrecentando mi impaciencia, y la tuya… Pero dando calma a un momento de
descontrol.
Tras la camisa te escurriste casi sin dejarme darme cuenta
entre mis piernas, para deshacerte de mis vaqueros, y subir lamiendo mis piernas,
mis muslos, y pasar tu lengua sobre mi
boxer ya marcado… Fueron varias las veces que repetiste esto antes de con tus
dientes, comenzar a tirar de ellos, sin quitarme nunca esa mirada pícara
clavada en la mía.
Pasaste tu lengua por mi polla recorriéndola por completo, y
volviste a hacerlo una vez más, después bajaste a mis huevos para lamerlos un
poco antes de meterte la punta de mi polla en la boca y comenzar a jugar con
ella, y con tu lengua juguetona.
Tras un rato de juegos la empezaste a meter por completo,
tratando de que entrara entera, mientras mis manos que no soltaban tu pelo
trataban de ayudarte, mis gemidos aumentaban de intensidad, mis suspiros
abundaban, mi respiración agitada… Y mi polla creciendo en tu boca.
Seguiste durante largo rato, haciendo que todo mi cuerpo se
moviera al ritmo que marcaba tu boca, tus labios jugaban y presionaban la punta
de mi polla de nuevo, y con tu mano me masturbabas sin parar.
Entonces de un tirón de pelo, el cual no había soltado, te
aparté un poco e hice que te colocaras a cuatro patas, di un tirón de esos
pantalones y comencé a acariciar tu espalda, hasta llegar a ese culo, lo acaricié,
lo apreté entre ambas manos antes de bajar para seguir recorriendo ahora tus
piernas, agarrando el interior de tus muslos para abrirlas.
Ya oía tus suspiros “pidiéndome” que te follara, pero quería
hacerte sufrir un poco más, y empecé a frotar mi polla contra ese coño que ya
se notaba mojado y caliente, deseoso de sentirla dentro.
Tus gemidos comenzaron a resonar en el salón, juntos al sofá
que es donde nos habíamos quedado, ni nos planteamos cambiar de ubicación, y mi
mano arrancó tu tanga negro entre caricias y algún dedo colándose mientras
notaba lo cachonda que estabas ya.
Mi mano continuó frotando ese coño mojado durante unos
minutos antes de volver a dejar paso a mi polla, la cual comencé a meter
despacio, para notar como se iba abriendo ese coño empapado, caliente, hasta
llegar al fondo. Ahí la dejaría clavada mientras te susurraba “lo mucho que
deseaba follarte”, y entonces comenzar a moverla, despacio, una y otra vez,
mientras agarrando tus caderas, estás se mueven al mismo ritmo.
Las embestidas fueron en aumento, cada vez más duras, más
intensas, más rápidas, haciendo temblar tus piernas, y que tus gemidos se
convirtieran en gritos, mientras pides más y más.
Tu coño cada vez más caliente, como mi polla, empapado,
notando la humedad resbalando por tus muslos, y atrayéndote de nuevo hacía mi
tirando de tu pelo, para notar tu sudor y el mío, tu calor y el mío juntos.
Te di la vuelta agarrando tus muslos, con esas piernas bien
abiertas, y sin pensarlo volvía a meter la polla hasta el fondo, mirando tu
cara de viciosa disfrutando tanto como yo, con esa mirada de deseo, y ese labio
inferior mordido antes de volver a comenzar a gemir, tratando de agarrar el
suelo, sin suerte, me agarras del cuello, me tiras del pelo y me arañas la
espalda, dejando ahora si marcas bastante evidentes, las embestidas en ningún
momento paran, en ese momento no pensamos, estamos completamente entregados al
sexo… Hasta que tu grito inunda toda la sala, ese grito ahogado tras tu
corrida, que acompaña los golpes más rápidos que prosiguen hasta acabar corriéndome
contigo…
Te muerdo, me muerdes, te beso, sonríes, te miro, me
susurras “Muy, muy bien”, te susurro “Esto no entraba en mis planes”, me
respondes “Sabes que si”.
1 Pensiero:
Solo podría decir una cosa... Delicioso
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