martes, 25 de septiembre de 2012

De Visita en Florencia



Recuerdo aquella noche como si fuese hoy… El cielo oscuro, mucho frío, había estado toda la tarde lloviendo y había dado una pequeña tregua. Yo había ido a Florencia a ver a unos viejos amigos aprovechando unos días de descanso que tenía.Recuerdo como nos cruzamos en la calle Valfonda, llevabas un abrigo enorme, que apenas dejaba ver ligeramente ese rostro extremadamente pálido, ligeramente sonrosado por el frío, y un gorro negro de lana bajo el cual escapaba una larga melena negra, imponente.

Al pasar junto a tu lado me quedé mirándote descaradamente, es imposible que no te dieras cuenta, de hecho, me giré al momento y vi como desaparecías sin dejar hacer un simple gesto.
Llevabas un paso rápido, manos en los bolsillos y mirabas al suelo, tus botas marcaban el paso en la calle semidesértica con el golpe del tacón de estas.


Y aquí podría haber acabado la historia, una chica que te cruzas por la calle, que te llama la atención, que destaca en una madrugada, porque si… Ya habían pasado las 2 de la mañana.
Pero el destino (¿Existe el destino?) o quien sabe que, no quería que así fuese… Y dos días después, justo en la mesa que había frente a la mesa en que me encontraba con mis amigos, en el Rose’s Café, allí estabas tú… Casi irreconocible sin ese gorro y ese abrigo enorme.
Llevabas un vestido de lana blanco, con unos leggins del mismo color, junto a ti el mismo abrigo en la silla y un gorro de lana blanco sobre este.

Curiosamente no me di cuenta al momento, sino que al volver de la barra, te vi… Ese rostro ahora descubierto, tan pálido como la primera vez, menos sonrojado que entonces, y con una sonrisa que dejaba todo lo demás en un segundo plano.
Soy tan descarado que no me lo pensé… Me senté con mis amigos y seguí charlando.
Si, lo se, normalmente habría hecho lo contrario, pero esta vez no, no debía, una chica con la que solo me había cruzado una vez, que no conocía de nada, estaba con mis amigos.

Pasó más de una hora cuando tu amiga marchó, y justo tras ella salías tú… Entonces me decidí y di una pequeña carrera hasta la puerta:

- Espera un segundo.
- ¿Disculpa?
- Es solo un segundo.
- Eh, dime. (Dijiste con cara de sorpresa).
- Nos vimos hace un par de días, ¿Recuerdas?
- Pues… La verdad es que no, disculpa, ¿Nos conocemos? Tengo que irme.
- Si, el martes, a eso de las 2.15 de la madrugada, nos cruzamos…
- No, no se, puede ser, pero no me fijé, he de irme.
- Soy Alessandro, ¿Me darías tu número? Me marcho el domingo.
- ¿Por qué iba a darte mi número? No te conozco, y te vas el domingo a… A saber donde.
- Porque si no lo haces me arrepentiré siempre de no haberte convencido.

Te quedaste pensando durante unos diez segundos que me resultaron como dos horas… Y entonces con una leve (muy leve) sonrisa, me dijiste:

- Hagamos algo, quedamos mañana a las 18.00 aquí mismo.
- ¿Me das tu número pues?
- No, simplemente, ven.
- ¿Cómo sé que no tratas de librarte de mi? ¿Qué no me mientes?
- No lo sabes. 
- ¡Oye!¿Como te llamas?
- Alina ¿Y tú?
- Alessandro.

Entonces te marchaste sin mirar atrás, y me quedé plantado en la puerta… Cuando te perdí de vista volví con mis amigos y tras un leve interrogatorio por su parte, seguimos con la tarde tranquilamente, pero sin dejar de pensar en la tarde siguiente.

Al día siguiente llegué como unos diez minutos antes, siempre me gusta ser puntual, y los nervios me hacen llegar a veces antes de la hora… Tú por el contrario te hiciste esperar, y apareciste a las 18.15, cuando yo ya pensaba que te habías reído de mí.
Venías con una falda negra, medias del mismo color y un jersey blanco, yo me había puesto unos vaqueros y una camisa azul marino, tampoco había llevado demasiada ropa para el viaje.

Llegabas con una sonrisa entre divertida e indecisa, no tenías del todo claro si deberías estar ahí, pero… Ahí estabas, en el lugar donde quedamos, unos quince minutos después de la hora.
Comenzamos a charlar y  a conocernos:

- Y ¿De donde eres? (Preguntaste).
- Venezia, aunque actualmente resido en Málaga.
- Ah, por eso me dijiste que te marchabas el domingo.
- Exacto, hay que volver a casa…
- ¿Y que haces aquí?
- Pasar unos días con unos amigos a los que hacía demasiado que no veía.
- Ahá, y la pregunta más importante… ¿Cuándo nos cruzamos? ¿Me mentiste?
- Para nada, nos cruzamos el martes más allá de las 2 de la madrugada, ya te lo dije, llevabas un abrigo negro que apenas dejaba ver tu pálido rostro sonrojado por el frío.
- Pues… No lo recuerdo, pero mi pálido rostro debe ser muy reconocible, pues pese a casi no verlo, me reconociste ayer.
- Cuando se cruza en tu camino una imagen tan dulce, no la olvidas.

Entonces soltaste una carcajada, obviando que no creías esas palabras, pero remarcando lo bien que se me da adular a una mujer. Continuamos charlando y tomando café, muy agradable teniendo en cuenta el frío intenso que hacía, y que nos sentamos en la puerta a petición tuya, creo que por si era un violador o así, poder tener una ruta de escape clara…

Tras horas de charla, entre bromas y tonterías varias, algo habitual en mí, me invitaste a tu casa a… Cocinar. No se porque extraña razón, no te creías lo buen cocinero que soy… O si solo era una excusa para cenar juntos, sin darle esa importancia a la “rapidez” con la que sucedió todo.
Yo por supuesto acepté, y preparé unos tortellini con queso deliciosos, una cena sencilla, pero una maravilla para el gusto…  Y dejaste buena constancia de ellos mientras los disfrutabas, totalmente sorprendida de que supiera cocinar, y de que se me diera tan bien.

De postre fruta… ¡Hay que ser sanos! Y una copa de vino para acompañar a las uvas que serviste en el centro de la mesa, un buen vino siempre bien elegido, acompaña bien todo.
Nos sentamos en tu sofá, bastante cómodo por cierto, y charlamos… Cada vez más bajito, más suave, sin saber porque, pues ni siquiera nos dimos cuenta de ello.


Siempre se suele decir aquello de “Una cosa llevo a la otra…”, no, una cosa no llevo a la otra porque desde que me crucé aquella noche contigo estaba deseando saborear tus labios, y en cuanto te tuve a apenas un par de centímetros, no dude en apoderarme de tan suave y dulce boca, en un primer beso corto, al que seguiría uno nuevo bastante largo e intenso.

Ahora mis manos estaban ya recorriendo tu espalda, mi boca mordisqueando tu cuello suave mente mientras tú agarrabas mi pelo atrayéndome hacia ti. Te subiste sobre mí en un momento, y volviste a buscar mi boca, mordiendo y lamiendo sin parar, estabas totalmente desatada, y ya no podíamos ni queríamos controlarlo.
Me libré de tu jersey en un momento, y también de tu camiseta (cuanto mal hace el frío), tu sujetador lo arranqué de un tirón y no paré ni un segundo antes de empezar a lamer y recorrer tus grandes pechos, los cual apenas cabían en mis grandes manos al apretarlos.

Continué mordiendo y lamiendo tus pechos mientras tus manos recorrían mi espalda, dejando pequeñas marcas con tus uñas, volvería a buscar una vez más tu boca cuando te dedicaste a quitar mi camisa botón tras botón acrecentando mi impaciencia, y la tuya… Pero dando calma a un momento de descontrol.
Tras la camisa te escurriste casi sin dejarme darme cuenta entre mis piernas, para deshacerte de mis vaqueros, y subir lamiendo mis piernas, mis muslos,  y pasar tu lengua sobre mi boxer ya marcado… Fueron varias las veces que repetiste esto antes de con tus dientes, comenzar a tirar de ellos, sin quitarme nunca esa mirada pícara clavada en la mía.

Pasaste tu lengua por mi polla recorriéndola por completo, y volviste a hacerlo una vez más, después bajaste a mis huevos para lamerlos un poco antes de meterte la punta de mi polla en la boca y comenzar a jugar con ella, y con tu lengua juguetona.
Tras un rato de juegos la empezaste a meter por completo, tratando de que entrara entera, mientras mis manos que no soltaban tu pelo trataban de ayudarte, mis gemidos aumentaban de intensidad, mis suspiros abundaban, mi respiración agitada… Y mi polla creciendo en tu boca.

Seguiste durante largo rato, haciendo que todo mi cuerpo se moviera al ritmo que marcaba tu boca, tus labios jugaban y presionaban la punta de mi polla de nuevo, y con tu mano me masturbabas sin parar.
Entonces de un tirón de pelo, el cual no había soltado, te aparté un poco e hice que te colocaras a cuatro patas, di un tirón de esos pantalones y comencé a acariciar tu espalda, hasta llegar a ese culo, lo acaricié, lo apreté entre ambas manos antes de bajar para seguir recorriendo ahora tus piernas, agarrando el interior de tus muslos para abrirlas.
Ya oía tus suspiros “pidiéndome” que te follara, pero quería hacerte sufrir un poco más, y empecé a frotar mi polla contra ese coño que ya se notaba mojado y caliente, deseoso de sentirla dentro.

Tus gemidos comenzaron a resonar en el salón, juntos al sofá que es donde nos habíamos quedado, ni nos planteamos cambiar de ubicación, y mi mano arrancó tu tanga negro entre caricias y algún dedo colándose mientras notaba lo cachonda que estabas ya.
Mi mano continuó frotando ese coño mojado durante unos minutos antes de volver a dejar paso a mi polla, la cual comencé a meter despacio, para notar como se iba abriendo ese coño empapado, caliente, hasta llegar al fondo. Ahí la dejaría clavada mientras te susurraba “lo mucho que deseaba follarte”, y entonces comenzar a moverla, despacio, una y otra vez, mientras agarrando tus caderas, estás se mueven al mismo ritmo.


Las embestidas fueron en aumento, cada vez más duras, más intensas, más rápidas, haciendo temblar tus piernas, y que tus gemidos se convirtieran en gritos, mientras pides más y más.
Tu coño cada vez más caliente, como mi polla, empapado, notando la humedad resbalando por tus muslos, y atrayéndote de nuevo hacía mi tirando de tu pelo, para notar tu sudor y el mío, tu calor y el mío juntos.

Te di la vuelta agarrando tus muslos, con esas piernas bien abiertas, y sin pensarlo volvía a meter la polla hasta el fondo, mirando tu cara de viciosa disfrutando tanto como yo, con esa mirada de deseo, y ese labio inferior mordido antes de volver a comenzar a gemir, tratando de agarrar el suelo, sin suerte, me agarras del cuello, me tiras del pelo y me arañas la espalda, dejando ahora si marcas bastante evidentes, las embestidas en ningún momento paran, en ese momento no pensamos, estamos completamente entregados al sexo… Hasta que tu grito inunda toda la sala, ese grito ahogado tras tu corrida, que acompaña los golpes más rápidos que prosiguen hasta acabar corriéndome contigo…

Te muerdo, me muerdes, te beso, sonríes, te miro, me susurras “Muy, muy bien”, te susurro “Esto no entraba en mis planes”, me respondes “Sabes que si”.

1 Pensiero:

Anónimo dijo...

Solo podría decir una cosa... Delicioso

Publicar un comentario