La
primavera parecía haberse adelantado, era un día maravilloso, soleado, con un
clima perfecto, y apenas estábamos a comienzos de marzo… Además, era fin de
semana, sábado para ser más exactos, así que me decidí a salir a caminar por el
paseo marítimo.
Me
encanta ver y oír el mar, notar la brisa, ver las sonrisas de los niños, y
notar el sol… El clima y el mar son dos de mis cosas preferidas de Málaga, sin
duda alguna.
Caminando,
y caminando decidí sentarme a tomar una cerveza en uno de tantos bares que hay
repartidos por aquí, y como no, me senté en la terraza, para continuar
disfrutando del día.
Tomé mi
cerveza sin prisas, relajado, disfrutándola, como me gusta hacerlo, y
observando la playa y a su vez la gente que caminaba por allí… Entonces, de entre
todos, surgió ella.
Natalia
es morena, pelo largo atractivo, con una mirada intensa que habla por si sola,
una sonrisa que derrite, y un cuerpo sugerente… Pero eso no era nada frente a
su encanto.
La
había conocido un tiempo atrás, y disfrutaba cada vez que charlaba con ella,
divertida, ocurrente y ante todo sensata e inteligente, una mujer como pocas.
En el
momento en que me vio, no dudo en acercarse a saludarme, sin pensarlo la invité
a tomar una copa conmigo, aprovechando la tarde, invitación que acepto con una
sonrisa.
Comenzamos
a charlar, hablando de trabajo, del día a día, de momentos, y de recuerdos…
Compartimos cerveza, sonrisas y miradas, estás últimas diferentes a las
habituales, y es que Natalia y yo nunca habíamos tenido más que una buena
amistad, diría yo que ninguno de ambos nos lo planteamos siquiera, pero este
día era diferente, quizás por el sol, por la brisa, por el mar, o por todo…
Pero parecía diferente.
Tras
terminar las bebidas paseamos de nuevo, con bastante menos gente
ya caída la tarde, las bromas se sucedían, igual que alguna que otra insinuación
disimulada ante la cual solo reíamos como si nada hubiese ocurrido, pero contestándolas
con cada mirada, o cada media sonrisa escondida.
Finalmente
nos despedimos, pero justo antes de marchar, me invitó a cenar el domingo, lo
pensé levemente, planteándome ciertas situaciones, pero acepté sonriente, ella
tan efusiva como siempre, me dio dos besos, y se alejó camino a su coche, yo
caminé hacia casa.
No pude
evitar pensar en la tarde, en las conversaciones, en sus sonrisas, en sus
miradas, en sus curvas, y en la noche de domingo que me esperaba ¿En qué
momento había pasado de verla como una amiga, a verla así?
Y llegó
el domingo, y llegó la noche, me dirigí a su casa, me costó aparcar el coche,
cosa que siempre me sucede, zona muy complicada, demasiado edificio para tan
poco aparcamiento.
Subí,
llamé, y ahí estaba ella, tan adorable como siempre, sonriente, con su largo
cabello negro, sus pantalones ajustados, su blusa negra, y su sonrisa habitual.
Llegué
temprano, así que estuvimos hablando mientras ella acababa la cena, fui un momento
a responder una llamada al móvil, y cuando volví estaba en el salón, sentada, mirándome,
y con la botella de vino entre las piernas…
-
¿Puedes abrirla?
-
Claro, espera un momento.
No pude
evitar sonreír, cogí el sacacorchos y me dispuse a coger la botella, pero me lo
impidió.
-
Déjala ahí, yo te la sujeto.
-
Bueno, claro.
Ahí se
cruzaron las miradas por primera vez, fijamente, durante unos segundos que
parecieron horas… Se sonrió, cogí la botella rozando sus piernas, y llené las
dos copas de vino.
Cenamos
tranquilamente, como dos personas que se aprecian, pero con miradas, sonrisas,
bromas, insinuaciones cada vez más asiduas que me hacían dudar de lo que
ocurría.
Nos
acomodamos en el sofá, cambiamos el vino por whisky y seguimos con la velada…
Hasta que las sonrisas y las bromas cada vez eran más cercanas, los roces, los
susurros comenzaron, parecían involuntarios al principio, pero se iban
repitiendo, siendo menos disimulados.
Ella se
acercó a mi oído, me dedico suaves palabras “El deseo recorre mi cuerpo”, y
comenzó a besarme, morderme, lamerme… A medida que mis manos hicieron lo propio
con sus piernas, recorrerlas, acariciarlas, apretarlas, haciéndola mía.
Se
sentó sobre mí, besándome, jugando con mi boca, mis labios, mi lengua… Notando
el deseo, el calor, sus manos se deshicieron rápidamente de mi camisa y
comenzaron a acariciar mi pecho, con ansia, con ganas… Las mías apretaban su
culo, subieron recorriendo su espalda y quitando su blusa casi a la vez,
descubriendo sus preciosos pechos, y sus duros pezones.
Los
mordiscos se sucedían, en su cuello, en sus pechos, alternándolos con besos.
Su mano
desapareció bajo mis pantalones, comenzó a acariciar mi polla, agarrándola,
notando como ya había comenzado a endurecerse y ayudando a que lo hiciera aún
más… Bajó lamiendo mi pecho, mientras a su vez sus manos iban acariciándome por
completo, quitó mis pantalones sin quitar la mirada de mis ojos. Acarició de
nuevo mi polla sobre mis boxers blancos, y se deshizo de ellos también… Después
comenzó a lamerla, a recorrerla de abajo arriba, a meterla en su boca, notando
como se endurecía dentro de ella, notando el calor, chupándola por completo,
sin dejar de jugar, de fijar sus ojos en los míos, de hacerme gemir y
estremecerme.
Después
volvió a subir, buscando mis labios, mi boca con ansia, pareciendo casi
desesperada, tanto como yo por saborear la suya, disfrutando largos besos,
infinitos, ardientes…
Comenzó
a frotarse, abriendo sus piernas, colocada sobre mí, sin separar sus labios de
los míos, mordiendo su labio, su lengua, jugando con ella, ahogaba mis suspiros
en su boca, y ella en la mía… Mi polla dura, caliente, comenzaba a entrar en
ella, mojada, muy excitada, que suspiraba, con esa respiración agitada, arqueando
su espalda y arañando la mía.
Sus
movimientos rítmicos sobre mí, en círculos, lentos, sintiendo, notando como
entra, como sale por completo, y vuelta a comenzar… Disfrutando cada segundo, dejándonos
llevar, sin pensar en nada, solo en el calor, en su cuerpo, el mío, nuestras
bocas, los dos y uno, el sexo… Apretando, metiéndola con más fuerza, y haciendo
crecer sus gemidos, fuertes, ahogados, intensos, según el momento, según sus
besos y mordiscos dejando marcas en mi cuerpo.
Mis
grandes manos acariciaban, apretaban su espalda, atrayendo su cuerpo contra el
mío, atrayéndola por completo contra mí, notando su sudor, su calor, sus
pechos, su que no se separa de mí y mis labios, nos besamos, los movimientos
son más rápidos, se escapan pequeños gritos entre beso y beso, y las embestidas
son más fuertes… Aprieto, estamos completamente unidos, somos uno, muerdo su
boca justo antes de correrme, sin soltarla, sin separarme de ella, sin que se
separe de mí. Ella hace lo propio, apretando mi espalda, dejando caer su cabeza
sobre mi pecho, besándome suavemente tras su largo gemido al correrse, sus
suspiros, los pequeños suspiros que seguían escapándosele aún…
Nos
miramos, nos besamos, nos acariciamos… Fuimos a la ducha, y después a disfrutar
de un merecido descanso, pero eso no fue todo, aunque eso… Ya es otra historia.
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