domingo, 15 de enero de 2012

Paseos de Verano...

Día 23 de agosto… Estaba pasando unos días en un aparta hotel en Marbella, desconectando de la capital, del trabajo, de todo un poco, y una de las cosas que más me gusta es el mar… La playa, a ser posible en invierno, o... De noche, con poca gente, o sin nadie.
Era un martes, y aproximadamente sería la 1:00 de la noche, paseaba allá por la playa, por la orilla, mojándome los pies, viendo como iba subiendo la marea poco a poco y disfrutando del reflejo de la luna en el mar.

Iba con unos pantalones cortos blancos, y una camisa azul marino, cómodo, fresco… Simplemente caminando, pensando en mi cosas, sin fijarme mas allá de las huellas que iba dejando a mi paso y las olas se encargaban de borrar…
Tras más de 15 minutos caminando, me crucé con varias personas, pero solo me fijé en una, Milena… Una chica italiana que estaba de vacaciones en España.

Milena era rubia, de ojos azules, piel morena tostada al sol de la costa malagueña, la curva de sus pechos se dibujaban bajo el vestido blanco que llevaba, grandes, llamativos…
Estaba sentada en la arena,  a escasos centímetros de la zona a la que llegaba el agua con el empuje de las olas… Descalza, observando el infinito…
Me acerqué a ella, y la saludé discretamente sin pensármelo, y sin saber porque:

 

- Buenas, ¿Disfrutando de la tranquilidad nocturna?
- Buonanotte,  si, me gusta la playa, más aún de noche.
- Disculpa la indiscreción, pero, ¿Eres italiana?
- Si, de Turín, estoy de vacaciones aquí.
- ¡Ah! Es que llevo años aquí, pero soy veneciano.
- ¿Y que hace un veneciano en Málaga?
- Básicamente trabajar, vine a estudiar, y aquí me quedé, me gusta.
- Es una bonita tierra, la verdad.

Continuamos charlando durante más de media hora, me senté junto a ella, y hablamos de todo un poco, con confianza, como si nos conociésemos desde siempre, bajo la brisa marina, la luna reflejada, y el sonido de las olas.
Comenzó a refrescar con el paso de los minutos, ya habían dado las 2:00 de la noche, y nos decidimos a caminar un rato antes de volver a nuestros respectivos alojamientos… Ella caminaba despacio, casi pensándose cada uno de esos pasos, mojando sus pies, con las manos a su espalda… Mis pasos se adaptaron a los suyos, sin despegarme de su lado, a la derecha.

Sin esperarlo, sin venir a nada, sin conversar sobre ello, de repente, se giró hacia mi:

- ¿A que no eres capaz de bañarte?
- ¿Cómo?
- Si, meterte en el mar, ahora.
- Pero… ¿Por qué? ¿Qué digo? ¡Claro que soy capaz!

Ella sonrió y continuó:
- Pues yo no creo que seas capaz, o me lo demuestras, o  no me convencerás.
- ¿Y tu?
- Hablamos de ti, no cambies de tema…

Así que no me lo pensé, como casi todo lo que hago, me quité la camisa, el pantalón, y quedándome con mis boxers blancos, me metí en el agua de cabeza… Me quedé helado. Ella comenzó a reír a carcajadas.

- No me lo esperaba, ¡Increíble!
- Repito ¿Y tu? No sabía que las turinesas eran tan cobardes.
- ¿Cómo?

Y saltó al agua con vestido incluido, nadó hasta mí, y acercándose hasta pegar su cuerpo al mío, me susurró “Llámame cobarde ahora”… Sonreí, ella comenzó a nadar, alejándose de mí, la perseguí y tras meterme bajo el agua, salí frente a ella, la agarré por la cintura y la susurré “Cobarde, entraste con el vestido”.
Ella me miró fijamente, casi provocándome, incitándome mientras quitaba costosamente su vestido empapado, hizo lo propio con el sujetador y su tanga, los acercó a la orilla, y volvió junto a mí sonriendo, casi orgullosa de su demostración.



- Me ganaste definitivamente.
- No, eso voy a hacerlo ahora (me dijo en un susurro).

Desapareció, y sin verla por la oscuridad de la noche comenzó a quitar mis boxers hasta reaparecer con ellos en la mano, los agitó y los lanzó entre risas a la orilla… Entonces me dijo “Ahora estamos igual”, y comenzó a besarme sin darme tiempo a reaccionar.
Sus manos apretaban mi espalda, casi arañándola con sus uñas, su boca no dejaba de jugar con la mía, su lengua, sus labios, apretándose contra mí… Cuando reaccioné, no pude hace otra cosa que corresponderla, tirando de su pelo, atrayéndola hacia mí, recorriendo cada milímetro de su cuerpo mojado, frío.

Bajó con una de sus manos hasta mi polla, a frotó y comenzó a masturbarme haciendo que se endureciera aún más, sin parar me beso, lamió, recorrió mi cuello, mi pecho, casi con necesidad de ello… Mis manos no hacían más que acariciarla, recorrerla, de hacerla mía.
Siguió lamiendo mi pecho mojado, salado por el agua marina hasta volver a mi boca, me besó, mordí su labio tirando de el suave, recorriéndolo con mi lengua antes de volver a besarla.
Abrió sus piernas, rodeándome con ellas cuando ya había conseguido que mi polla estuviera bien dura… Su coño estaba caliente, ardiendo, frotándose contra mí…

Agarré su culo con fuerza con una de mis manos, y con la otra la apreté por su espalda, pegando su cuerpo junto al mío, haciéndolos uno… Mi polla se fue adentrando de forma más rápida de lo que esperaba, estábamos realmente excitados, y entró hasta el fondo, haciéndola gritar mientras mi primer gemido escapaba.
Comencé a meterla y sacarla despacio, casi siguiendo el movimiento de las olas, empujando cada vez que la ola llegaba… Ella se agarró con fuerza a mi cuello, tiró de mi pelo mientras mordía mi boca, jugando con su lengua una vez mas, entre gemidos y suspiros.

El ritmo fue cada vez a más, el ritmo marcado por el mar nos sabía a poco, y mi polla entraba deprisa, con fuerza, clavándose hasta el final en cada embestida, notando como sus uñas terminaban clavándose en mi piel, arañándome, mordiéndome con fuerza el cuello, ahogando sus gritos, moviendo sus caderas al ritmo de mis golpes, arqueándose, y volviendo una vez más volverme a besar, lamer…



Nuestros cuerpos empapados, notando la marea, las olas chocando contra nosotros… El calor provocando por el uno sobre el otro, y follando, con fuerza, de forma salvaje, casi desesperada por las ganas, provocándonos entre miradas cómplices, cálidas.
Finalmente terminó corriéndose varias veces, y haciendo que acabara yo también entre gemidos y suspiros… Ella gritó haciéndose oír en toda la playa, no sé que hora sería, pero si alguien andaba cerca, debió oírla sin dudarlo.

Nos sonreímos, volvimos a besarnos, lamernos… Entre susurros y risas salimos del agua, nos vestimos, con la ropa aún empapada, el frío ya era notorio, y me susurró “Ahora, me ayudarás a entrar en calor en tu habitación ¿No?”

Pero esa, ya es otra historia…

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